Marcados por problemas familiares, de salud o de conducta, en la Argentina hay aproximadamente 20.000 jóvenes internados en institutos; mientras los especialistas coinciden en que la privación de la libertad debe ser un recurso extremo, los que egresan se enfrentan con la realidad de la reinserción social.

Cuando tantas organizaciones de la sociedad civil tratan de solucionar esta y otras temáticas, ¿cuál es el sentimiento de las personas que trabajan pero nunca llegan a resolver el problema global que atacan? ¿Vale la pena el esfuerzo? La diferencia entre el ideal que se persigue y la meta que se obtiene tiene más de una lectura Para algunos esa brecha, en la medida en que no se cierra significativamente, lleva al desaliento.

Sin embargo, probablemente en este rubro la gente no mida el valor de sus actos por el logro de la meta final. Quien dedica su esfuerzo a cosas que sabe que no se pueden lograr de inmediato, obtiene sentido de lo que hace en el proceso más que en el resultado. Y, muchas veces, la imposibilidad de lograr la meta estimula. La escala del problema no tiene necesariamente correlato con la gratificación de trabajar en pos de su solución. La posibilidad de ayudar a una sola persona neutraliza la impotencia de no poder hacerlo con todas. Tal vez haya un secreto orgullo y una rebeldía profunda en batallar contra lo imposible. Una rebeldía que se expresa redoblando la apuesta frente a la existencia, que supone un reto asimétrico frente a los recursos de que disponemos los seres humanos para enfrentarla.

Por Enrique Valiente Noailles
Para LA NACION

El autor es presidente del Grupo de Fundaciones y Empresas (GDFE)

Daniela es de pocas palabras, pero respira una convicción que habla por sí sola. Esa misma convicción la llevó a escaparse de su casa, cansada de los maltratos, para irse durante cinco años al Hogar Al Vivir. «Tengo los mejores recuerdos y me enseñaron muchas cosas. Era como vivir en cualquier otro lado. Hacíamos lo mismo que los demás chicos, como ir al colegio, sólo que éramos muchas mujeres juntas. Los fines de semana teníamos talleres de pintura y teatro», cuenta.

Hoy está alquilando una pieza en San Cristóbal y cuida chicos para ganarse unos pesos. Este año está terminando el colegio secundario y ya de chica supo que quería dedicarse al periodismo. «Siempre quise tener más acceso a los medios. Me gusta mucho investigar sobre cualquier tema y sacarme todas las dudas que tenga. Sino me va bien con el periodismo, me gustaría ser asistente social», cuenta esta joven, de 20 años, que tiene como sueño entrevistar a Mario Pergolini.

Para César, el haber tenido que pasar las fiestas de 2004 encerrado en el Instituto San Martín le cambió la vida. «Me quería morir. Fue horrible. Veía los fuegos artificiales por la ventana y no podía dejar de pensar en el mal que le estaba haciendo a mi familia. Eso me ayudó a darme cuenta de que tenía que empezar a portarme bien.» Con seis causas menores a cuestas y dos internaciones en institutos, lucha todos los días para salir adelante. «Para eso me tuve que separar de mis amistades. Muchos hoy están presos o consumiendo paco.»

Hace una semana que no ve a su hijo Santiago, de un año y ocho meses, porque se peleó con su pareja y eso lo tiñe de tristeza. Tanto, que confiesa fumar marihuana y caer en las pastillas para no sentir angustia.

Hoy vive con su madre y sus hermanos en San Telmo, hace changas de vez en cuando y tiene ganas de terminar el colegio, que dejó en primer año.

«Ahora estoy haciendo una probation por una causa que tengo. Como volví a consumir drogas le pedí a mi asistente que me ayudara a salir y me estoy tratando con una psiquiatra», cuenta.

Salir del encierro

Miguel Angel tiene 20 años. A los 14 entró en el primer instituto, el Belgrano, en el que pasó dos años. Después estuvo en el San Martín y terminó en el Agote. Empezó robando autos, y más tarde cayó por homicidio y tentativa de homicidio. Luego de dos años, fue a juicio. «Tuve suerte: debido a mi comportamiento me dieron tratamiento tutelar», cuenta.

Hace tres semanas salió; es libre. El Tribunal de Casación resolvió que Miguel era apto para vivir en la sociedad. «Si no me mandaban a un penitenciario porque en 3 meses cumplo 21 años y me juzgan como mayor.»

Como él, existían 19.579 niños y adolescentes institucionalizados en la Argentina al 31 de diciembre de 2005, según el informe Privados de la libertad, situación de niños, niñas y adolescentes en la Argentina , de la Secretaría de Derechos Humanos del Ministerio de Justicia y Derechos Humanos, y Unicef.

Lejos de ser excepcional, la privación de libertad para niños y niñas es una medida extendida. Según el informe, el 84,8% de los institutos albergan chicos con causas asistenciales, algo que se produce cuando la salud, seguridad, educación o moralidad de menores se halla comprometida por actos de inconducta, contravenciones o delitos de sus padres, o cuando estuvieren material o moralmente abandonados.

Comunidad intentó conocer el estado y situación de los chicos que viven en institutos por dentro, pero al día de la fecha no encontró repuesta del Consejo.

«El informe es un aporte muy valioso, pues es uno de los primeros relevamientos de datos sobre el tema y es objetivo y serio -explica el juez de Menores Lucas Aón-. Para tener un panorama claro, debió haberse investigado todos aquellos casos en los cuales la internación se origina en causas no penales, que son la gran mayoría. Si bien la mayor parte de estas causas se da en contextos de pobreza, las razones en virtud de las cuales el juez ordena la internación no son, predominantemente, por causas vinculadas con la pobreza, sino por enfermedades, adicciones, abandono total con riesgo grave de salud.»

Victoria Martínez, directora nacional de Asistencia Directa a Personas y Grupos Vulnerables de la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación, expresa que en el informe no están relevados los institutos privados. «El número se elevaría si los incluyéramos. Esto fue censado hasta que estuvo vigente la ley del patronato. Lo interesante sería volver a hacer el relevamiento dentro de dos años, y ver cuál es el impacto real que tiene la aplicación de la nueva ley.»

Ana María Dubaniewicz es psicóloga, autora de tres libros relacionados con la detención de menores. Pasó su vida en institutos. Ella afirma que los 20 mil menores privados de libertad contabilizados en el informe corresponden al 60% de las provincias y a la Nación. No fue ingresada la cifra correspondiente al 40% restante, cuyas autoridades no contestaron.

Gabriel Lerner, director nacional de Derechos y Programas de la Secretaría Nacional de Niñez, Adolescencia y Familia, explica la situación actual en la ciudad de Buenos Aires: «En la ciudad hay 110 menores por causas asistenciales en establecimientos públicos y 650 encuadrados en convenios que el gobierno local tiene con las ONG».

El funcionario aclaró: «De ellos, dos tercios están en comunidades terapéuticas y establecimientos de salud mental y para chicos con discapacidad. Hay una tendencia a la baja en materia de internaciones, porque hoy es más restrictivo el criterio para separar al chico de su familia. Mientras regía la ley de patronato, la institucionalización estaba legitimada; ahora, se cree que hay que reducir al máximo la separación del chico de su familia».

Martínez explica: «La privación de la libertad no debería ser una medida para solucionar ninguna problemática social. Sólo en última instancia, después de haber pasado por las opciones de familia ampliada, familia de tránsito o adopción, debe darse el paso extremo. Como no hay herramientas de contención familiar, los chicos muchas veces terminan cayendo en los institutos por causas penales».

Martínez amplía: «La Secretaría de Asuntos Penitenciarios hizo un estudio sobre los chicos de entre 18 y 21 años que están en cárceles, y un estimado que ellos hacían era que un 70% habían estado en institutos. Pero no es un dato oficial».

Sobre la internación, Miguel es contundente: «El encierro te come la cabeza».

El cambio de las leyes

«El tratamiento jurídico de la infancia y la adolescencia en América latina se remonta a las primeras décadas del siglo XX. En 1919, se promulga en nuestro país la primera legislación específica, más conocida como ley Agote», explicó Emilio García Méndez en su libro Infancia. De los derechos y la justicia . Esta ley toma el concepto de tutela como herramienta estratégica que posibilita avanzar no sólo sobre autores de delitos, sino y fundamentalmente sobre niños en situación de abandono.

Miguel pudo vivir esa experiencia: «Cuando te tratan como a un delincuente vas asumiendo que lo sos. Te ponen la etiqueta y es difícil sacártela. La particularidad de uno es como la sociedad y su entorno lo tratan. Y terminás pensando: ¿para qué voy a cambiar si siempre voy a seguir siendo la misma porquería?»

En la década del ochenta se fue gestando un cambio de paradigma en el ámbito internacional que se conoce como Doctrina de la Protección Integral. Constituye los principios rectores en materia de infancia. El soporte de dicha doctrina está dado por la Convención de los Derechos del Niño, de 1989. En 1990 se ratifica en nuestro país y se incorpora a la Constitución cuatro años después. Esa normativa supone un cambio en relación con el tratamiento del niño como sujeto de derechos, a los que se debe apoyar en su crecimiento, asegurando condiciones dignas de existencia. Esta nueva mirada demanda al Estado la responsabilidad de cubrir las necesidades básicas de los niños por medio de programas sociales, atendiendo a todo el núcleo familiar.

Pero el paso quizá de mayor importancia ha sido la sanción por parte del Congreso Nacional de la ley 26.061 de protección integral de los derechos de las niñas, niños y adolescentes, que favoreció la aplicación de los postulados de la Convención sobre los Derechos del Niño. Contiene normas que tienden a reducir la cantidad de niños privados de libertad.

Aón explica: «A la ley le falta una parte importante que es la generación de recursos y la capacitación de nuevas personas. Si tuviéramos más recursos, se terminaría con la institucionalización».

Juan Carlos Fugaretta, ex juez de menores, reflexiona: «En la forma en que estaba estructurado el Patronato, cuando los chicos egresaban se les decía mucho gusto, que te vaya bien y nada más . El objetivo de la nueva ley es evitar internaciones largas y tratar de contener a los chicos. Lo que está faltando es la construcción de los programas que contengan a estos chicos en el orden local».

El sistema penal

Gabriel Lerner afirma: «Con la nueva ley, la Secretaría Nacional de Niñez, Adolescencia y Familia tiene dos funciones: servicio de intervención directa a jóvenes que cometieron delitos, y articulación y diseño de políticas públicas en el nivel nacional».

En el universo de chicos con causas penales hay tres módulos de intervención: 1) privación de libertad en establecimientos cerrados. En la Ciudad hay 5 institutos por franja etaria; el Instituto San Martín aloja chicos de 13, 14 y 15 años; el Roca, entre los 16 y 17 años, y el Belgrano y el Agote a los más grandes. El Instituto Inchausti es el único que alberga chicas; 2) restricción de libertad en establecimientos a puertas abiertas en residencias educativas; 3) vida en familia de origen con libertad asistida.

«Cuando se deroga la ley Agote quedó vigente la ley penal juvenil 22.268, que le otorga al juez la potestad de disponer sobre la privación de libertad del menor. En el 95% de los casos se trata de presuntos infractores, que ven prolongados sus juicios durante varios años pese a estar amparados por el estado de inocencia», sentencia Lerner.

El sistema de egreso

«El egreso se trabaja siempre -dice Lerner-. Desde que el joven ingresa, se analiza todo lo relacionado con su posible salida, buscando siempre mejorar la calidad educativa».

Claudia López Reta, defensora pública de Menores, sostiene que «no es cierto que el chico una vez que sale del instituto no tiene un seguimiento. Se le asigna un delegado inspector de la Defensoría o del Tribunal que lo monitorea». Uno de los programas que emplea la Secretaría para tal fin es el Equipo Móvil de Libertad Asistida, que consiste en un grupo de psicólogos que trabajan en el medio. «Como es muy difícil que el chico vaya al consultorio, los psicólogos van a verlo en un bar o una plaza cerca de su casa, o en su casa, si es posible, para trabajar con él y su familia», explica López Reta.

Miguel tuvo un tiempo de preparación para egresar del Agote. «Estuve en un sector de preegreso estos últimos siete meses con accesos de lujo: al inodoro, por ejemplo; a comer en platos; a dormir en una cama; a puertas abiertas toda la noche, a roperos, y a visitas libres», cuenta.

«Tuve dos salidas custodiadas previas al egreso: una para el Día del Padre y otra para el Día del Niño para ver a mi hija. Pensá que fue mi primera licencia después de tres años y siete meses sin ver la calle, sin estar con una mujer.»

Se encontró libre, volviendo a una casa pobre en el barrio Illia. «No quiero reprochar la libertad, pero pienso que el Tribunal no pensó en mí, no se preguntó ¿este chico, a dónde va a vivir? ¿De qué va a trabajar? Salir después de tanto tiempo y no encontrarse con nada, no poder comer bien, es angustiante y tentador. Salí sin nada, lo que tuve ya no estaba. Y te la tenés que rebuscar y casi sin ningún apoyo», explica.

Pero pudo salir. Hace dos meses tuvo el reconocimiento y orgullo de ser el primer egresado del secundario de todos los institutos penales de la ciudad de Buenos Aires. «En el instituto me calmé y me puse a pensar qué hacer en ese tiempo. Me propuse aprovechar y estudiar, por mi hija. Primero, lo hacía para que le llegara el informe al juez, pero después me entusiasmé y me di cuenta de que lo estaba haciendo por mí mismo», recuerda.

«Hay situaciones extremas que sólo van a encontrar respuesta en una institucionalización», dice Aón.

«Un chico abandonado antes de los 5 años tiene grandes posibilidades de ser adoptado. Si este chico tiene más de 8, la adopción es una utopía. No todas las historias son posibles de solucionar y son estos chicos los que terminan en los institutos. Igualmente, éstas son las situaciones excepcionales, que deben ser revisadas cada 90 días», sostiene Aón.

López Reta agrega: «Al no tener una normativa que taxativamente especifique los plazos y motivos de internación, esto le permite a un juez mandar a un chico a su casa, pero también lo habilita a sostener una internación que es innecesaria».

Salir adelante

Ana María cuenta su historia: «Yo ingresé a los seis meses, pasé por siete institutos y egresé a los 17 años. Mi mamá trabajaba y no nos podía mantener, entonces le pidió ayuda al Estado. La respuesta fue sacarme de casa y privarme de la libertad. El menor internado nunca sale: piensa que nadie lo quiere, que lo internan porque es malo, que merece ese castigo. Yo, por suerte, pude casarme, estudiar y tener hijos. Pero el sistema te marca para toda la vida. Nadie se salva del dolor de la internación».

Respecto de lo que dijo Ana María se consultó a Miguel sobre qué hay que cambiar en un instituto para mejorar la vida de un chico: «Creo que esa pregunta se la deben hacer a todos, y no sólo a mí: al juez, al tribunal y a toda la sociedad. Sí, la experiencia es fea, no se lo recomiendo a nadie, pero le pude sacar provecho».

Miguel resume el valor de estar afuera mejor que nadie: «¿Sabés lo que espero ahora? La primavera. Verla no en un patio encerrado por media hora, sino tirado en el pasto, boca arriba, con el sol en la cara».

Por Florencia Saguier
De la Fundación Diario LA NACION

El programa Doncel, una salida posible

Doncel se llama el proyecto que nació para dar una respuesta de integración sociolaboral entre el sector público, el privado y la sociedad civil, enfocado al preegreso de chicos residentes en institutos.

«Nosotros asociamos el trabajo con el proyecto de vida de estos chicos», comenta Mariana Incarnatto, coordinadora del programa. «Actualmente participan 22 hogares de la Capital, y son 60 los chicos que están en alguna etapa del programa, con el objetivo de tener en marzo 105.» El apoyo del Ministerio de Trabajo y Desarrollo Social y el compromiso de empresas que dan pasantías laborales de tres meses en diferentes empleos son la base del éxito de las propuesta.

También ayuda el sostén de la empresa social Amartya ( doncel@amartya-ar.net ), que realiza y coordina la capacitación y el seguimiento de cada chico. «Cuidamos mucho que se respeten sus derechos. Los chicos tienen obra social, un contrato, y esto hace a la construcción de la identidad de cada uno», explica Mariana. El objetivo es que puedan vivenciar una primera experiencia formal.

«Yo estaba haciendo changas, se me venía la edad encima, estaba preocupado y sin experiencia sólida. Tenía mucho miedo, pero acá me ordenaron la cabeza. Aprendí a buscar trabajo en los clasificados, a hacer el currículum, a prepararme para entrevistas», dice Enrique Rzonsinski. Tiene 18 años y vive en el Hogar Alborada, no tiene familia y espera quedarse lo más posible en el hogar. Está trabajando en la parte administrativa de Newsan, empresa que maneja firmas como Sanyo y Noblex. «No puedo creer el cambio que hice, después de cuatro meses no me reconozco. Mi objetivo es terminar la escuela, y después estudiar en la Universidad para ser un profesional. Pero este trabajo ya es el principio , expresa, feliz, Enrique.

El proyecto A la salida

Uno de los programas implementados por la Secretaría de Niñez, Adolescencia y Familia es A la salida, que asiste a chicos en situación de libertad asistida para que puedan reinsertarse socialmente y conseguir un trabajo.

«El objetivo es asistir a los chicos en su salida, mediante talleres que les den posibilidad de capacitarse para un trabajo al salir. Son todos chicos que tienen en común la necesidad del trabajo, y estos talleres son una respuesta para poder aplicar después en un oficio», explica Rebecca Thompson, coordinadora del programa.

Son cerca de 100 los chicos que participan de los distintos talleres, de Periodismo gráfico y digital, Deportes, Campamentos, Musicales y Marroquinería, entre otros.

Funciona desde 2003, los chicos cobran una beca mensual de 150 pesos en concepto de viáticos y como estímulo, y se trata de que ellos terminen los estudios.

¿Cuáles son los resultados? «Para nosotros, es un indicador importante ver que los chicos que pasaron por los talleres no han reincidido, no retornaron al instituto», explica Thompson.

Federico es un buen ejemplo de eso. Dice de sí mismo que es un «vaguito», pero también reconoce que el deporte fue lo que lo sacó del letargo este último tiempo. Por segundo año consecutivo participa del taller deportivo, y de ahí saca toda su energía.

«Estaba en una residencia y vine a ver qué onda el curso. Me encantó. Desde el principio empecé a llevarme bien con todos y a darme cuenta de que podía hacer algo por los demás. Le podés sacar una sonrisa a alguien, y eso te levanta la autoestima», dice.

Está viviendo en un hotel y se da cuenta de que tiene que hacer algo con su vida. Dejó los estudios en segundo año y, a pesar de varios intentos, nunca pudo retomarlos.

«Los profes me ayudan muchísimo y me hicieron avivar mucho de lo que es la vida», confiesa. Parte de esta ayuda lo llevó a colaborar con uno de los docentes en una escuelita de fútbol. «Quiero seguir con eso. Un día el profe no pudo ir y me tuve que encargar de los chicos. Se vinieron todos encima y fue increíble», relata.

Todos los chicos (de 17 a 21 años) que participan de los talleres tienen o tuvieron alguna relación con la Secretaría, y en general llegan por las asistentes sociales, que les acercan información.

En su mayoría son chicos en situación de libertad asistida, esto quiere decir que viven con sus familias, pero tienen el seguimiento de un operador y psicólogo.

http://www.lanacion.com.ar/edicionimpresa/suplementos/solidarios/nota.asp?nota_id=943806