Los resultados de investigaciones recientes del Instituto Gino Germani de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires reafirmaron que los indicadores del ascenso social están vinculados con el nivel educativo y que, a su vez, éste determina la calidad ocupacional. Así, se reflejó la continuidad de una relación de causalidad que no se ha debilitado a pesar de los tiempos críticos que afectaron la vida socioeconómica de la Argentina.

Esta es una buena noticia que, a su vez, presenta un gran desafío para el futuro, pues si se recupera el nivel y la calidad de nuestro sistema educativo el país estará en condiciones de mantener y profundizar la movilidad social, que fue impulsada vigorosamente a partir de los años de la gran inmigración promovida por los hombres de la Organización Nacional.

La movilidad alude a los cambios de posición social de los miembros de una población. Cuando son de ascenso o descenso interesa especialmente su seguimiento a través de las camadas generacionales, con las fluctuaciones de ubicación de las mismas en los distintos estratos de jerarquía y prestigio que se van decantando.

Uno de los trabajos del mencionado Instituto, realizado por Jorge R. Jorrat, abarcó a 1642 jóvenes mayores de 18 años y se examinó especialmente la movilidad de los miembros de la clase media. Los resultados revelaron que, con relación a la generación de los padres, el 22,9% logró un gran ascenso social; el 15,8%, un nivel ligeramente mejor; el 35,9% se mantuvo en el mismo lugar; el 15% está en situación levemente más baja, y el 10,4% sufrió un notable descenso.

Se advierte una acentuada movilidad y su relación con el nivel educativo. Debe destacarse también que, aunque es mayor la ponderación del ascenso social respecto del descenso, los porcentajes de declinación son mayores de los que se hubieran observado seguramente si se hubiera registrado en el país un proceso de desarrollo prolongado y sostenido.

En otro trabajo, conducido por Ruth Sautu -investigadora del mismo Instituto-, se examinaron las trayectorias de movilidad de familias de clase media, indagando sobre el modo en que el ascenso social fue alentado por las generaciones que llegaron al país con bajo nivel educativo y, consecuentemente, con baja calificación para el trabajo. Resultó evidente que las cabezas de familia tuvieron muy en claro el propósito de que los hijos ascendieran en la pirámide social a través de una formación educativa superior. Ese objetivo ejerció una positiva influencia en el curso de las generaciones. En esta investigación se destaca, también, el papel cumplido por la mujer en beneficio del progreso familiar.

Se justifica, entonces, insistir en el efectivo vínculo existente entre el nivel de estudios cumplidos y el ascenso alcanzado. Esa función elevadora de la condición social fue asumida por los distintos niveles de la enseñanza ofrecida por el país, desde la educación primaria obligatoria hasta el terciario superior o universitario, y más recientemente las especialidades de posgrado (nivel cuaternario).

En el plano del ascenso individual se aprecia, por lo tanto, que cada vez es mayor la necesidad de proseguir estudios si se alimentan altas aspiraciones. Esa misma realidad se observa en los países desarrollados, en los cuales la decisión de avanzar en las etapas educativas va unida, además, a la elección de los establecimientos más prestigiosos, cuyos títulos aseguran mayor éxito de inserción en el campo laboral.

Las investigaciones citadas confirman el deber ineludible del Estado de proveer una educación de excelencia, y el papel de los mayores en alentar con pujanza a los jóvenes en el camino del estudio y de éstos a abrazarlos con convicción. En cualquier circunstancia, el estudio es la vía más propicia del ascenso social, aun en tiempos de depresión económica.

LA NACION