Crece la preocupación en la Unión Europea (UE) por el abuso en el consumo del alcohol que se observa entre los jóvenes de 16 a 29 años. A la vez se advierte que la iniciación del hábito comienza más temprano, desde los 14, y también desde los 12 años. La predilección por la cerveza ha crecido y, aun en países de la región que antes bebían de manera moderada, la adicción hoy se extiende y, como consecuencia, se acentúan los problemas.

La inquietud latente llevó a que el gobierno de la UE encomendara la realización de un informe sobre la cuestión. En él se ha puntualizado una situación que no sólo afecta a países que tradicionalmente son grandes consumidores de bebidas alcohólicas, como Irlanda, sino a otros -como Dinamarca- que no padecían ese problema en el nivel que hoy los afecta.

La Argentina no es ajena a ese complejo cuadro que afecta a una parte importante de la población juvenil. En nuestro país bajó la edad en la que los menores comienzan a tomar bebidas alcohólicas al mismo tiempo que aumentó el número de quienes lo hacen. De acuerdo con un informe de la Secretaría de Programación para la prevención de la Drogadicción y la Lucha contra el Narcotráfico (Sedronar), el promedio de edad de los menores que se inician en el consumo de alcohol se redujo de 15 años a 13 en los varones y de 16 años a 14 en las mujeres. La última estadística nacional reflejó la gravedad del problema, al demostrar que el 38,7 por ciento de los menores de entre 12 y 15 años consumen ese tipo de bebidas.

En las conclusiones del informe de la Unión Europea se propone la adopción de medidas reguladoras de un consumo que está dañando a buena parte de la población juvenil en especial. Dentro de las recomendaciones figuran las limitaciones publicitarias, las etiquetas de advertencia al público, la elevación de las tasas impositivas y la prohibición de vender cerveza u otras bebidas alcohólicas a los menores. Incluso, se alude a la necesidad de limitar el mercado.

Es casi obvio señalar que los consejos destinados a preservar la salud de los males del consumo excesivo chocan con sólidos intereses creados, vinculados en este caso con industrias de gran arraigo y expansión en el viejo continente, como la cervecera. No obstante, el nivel de alarma es alto ya que el consumo de alcohol en Europa sobrepasa netamente a los otros continentes y es casi el doble que en América. Un dato adicional señala, indirectamente, la gravedad de la situación y es el costo social de la adicción que, en 2003, alcanzó los 125.000 millones de euros, resultado de sumar los daños provocados por accidentes de tránsito, violencia familiar, enfermedades, lesiones por peleas y muertes prematuras.

Cuando se conocen cuadros tan semejantes de difusión de las toxicomanías en países diversos por su naturaleza física, económica, social y cultural, no puede dejar de pensarse en que éste es uno de los efectos indeseados de la globalización, porque el consumo uniforme y altamente promovido va nivelando los comportamientos.

Además, es evidente que vivimos en una sociedad constantemente estimulada por dobles mensajes de sentido contrario. Unos incitan al consumo que prodigará placer; otros apelan al conocimiento y a la sensatez para desalentar el consumo perjudicial. En ese juego lleva las de ganar el mensaje hedonista en una sociedad inclinada al placer inmediato.

Lo que se torna indispensable es que haya coherencia de mensajes positivos para los jóvenes y de opciones constructivas a las cuales volcar proyectos y esfuerzos.

LA NACION