En un atentado cometido con un coche bomba en Bagdad, dos niños con discapacidad mental fueron utilizados como señuelos. No se trató de un caso aislado. En Irak, la Oficina para la Coordinación de Asuntos Humanitarios de las Naciones Unidas (OCHA) ha descubierto «decenas de niños con retraso mental» que «han sido usados en ataques insurgentes contra las tropas norteamericanas e iraquíes». Los niños, a menudo huérfanos a causa de la violencia, también son empleados en tareas de espionaje o para distraer a los soldados durante los atentados.

Otro tanto sucede en Colombia, donde las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) reclutan adolescentes en poblaciones campesinas en las cuales es notoria la ausencia del Estado. Les ofrecen un futuro mejor. Ese futuro estará irremediablemente asociado a las prácticas abominables de ese grupo terrorista, como el narcotráfico y el secuestro, y la sumisión de por vida a una plana mayor que jamás ha respetado los derechos humanos. Los abusos sufridos en sus primeros años de vida por Emmanuel, el hijo de la ex candidata a vicepresidenta Clara Rojas, que nació en cautiverio, demuestran el desprecio de las FARC por las personas en general.

En los conflictos que se libran en el mundo luchan cientos de miles de niños. Si bien el reclutamiento de menores de 18 años es un crimen de guerra, no pocos ejércitos y grupos armados los utilizan porque son buenos soldados, tienen vigor, obedecen sin rebelarse y resultan fácilmente reemplazables.

Entre las niñas, la situación es aún peor. Además de ser utilizadas para los mismos fines que los varones, suelen ser las primeras víctimas de los abusos sexuales cometidos por los soldados, capaces de producirles lesiones graves, embarazos forzosos y contagios de numerosas enfermedades, como el sida.

Los niños soldados no sólo son entrenados para matar, sino también para torturar. Se ejerce sobre ellos presión física y verbal para que tengan confianza en sí mismos y fuerza de carácter. Una de las tácticas más frecuentes para convertir a un niño en un guerrero es exponerlo al horror y a la violencia desde sus primeros años. De ese modo, se logra que le resulte familiar el contacto con las armas, los fusilamientos y la disciplina militar. En ocasiones, también se los hace adictos a las drogas y el alcohol para asegurar su dependencia y garantizar, así, su adhesión a la causa.

La sordera, la ceguera y la pérdida de las piernas -porque los usan para hallar explosivos- son las heridas más comunes de estos chicos combatientes. Los castigos suelen ser brutales cuando desobedecen: en algunos países, como Afganistán, incluyen la amputación de dedos.

Recientemente, el ejército norteamericano acusó a Al-Qaeda de entrenar a menores en Irak para operaciones terroristas después de descubrir videos de propaganda de la organización. En las imágenes, niños de 10 a 15 años, vestidos con ropa deportiva y enmascarados, corren con armas, interceptan a un hombre en la calle apuntándole con pistolas en la cabeza, sacan a otro de un auto y se lo llevan esposado, toman en grupo un edificio y posan con chalecos explosivos.

Una vez concluidos los conflictos, como sucedió en Sierra Leona, en 2002, los niños soldados pasan a ser parias. Muchos de ellos habían luchado en las filas del Consejo Revolucionario de las Fuerzas Armadas (AFRC), el Frente Revolucionario Unido (FRU) y la Fuerza de Defensa Civil (CDF). Finalmente, el Tribunal Penal Internacional para Sierra Leona, bajo la supervisión de las Naciones Unidas, emitió severas condenas a sus superiores por alistamiento y explotación de menores durante la guerra, en la que murieron unas 50.000 personas.

Esas condenas deberían ser una advertencia sobre un crimen de lesa humanidad intolerable, reñido con la razón y el corazón. Es de esperar que la sociedad civil, las asociaciones y las organizaciones no gubernamentales reaccionen con energía frente a esta dramática y dolorosa cuestión, reivindicando la posibilidad de una infancia digna, alejada de los fusiles y la guerra, para todos los niños del mundo.

Fuente: La Nación