(APE).- Lo que parece bello -decía Flaubert- es hacer un libro sobre nada, un libro sin lazo exterior, que se mantuviera por la fuerza interna de su estilo, como la tierra que sin ser sostenida se mantiene suspendida en el aire. Un libro que no tuviese tema o fuese casi invisible.

Una escritura iluminada por las puras formas, que intenta con voluntad encarnizada -expresa Bourdieu- desterrar del discurso todas las marcas sociales. Una literatura sin ataduras ni raíces. Celaya habitante de otros arrabales -vitalmente humanos- escribe que nuestros cantares no pueden ser sin pecado un adorno y condena la poesía de quien no toma partido hasta mancharse.

El modo de producción y de acumulación capitalista dan muestra de una creatividad y vitalidad que nos asombra. En poco más de una década el PBI mundial se ha duplicado, el comercio exterior se ha triplicado y el consumo de energía se duplica cada 4 años.

Podríamos decir que por primera vez la humanidad rebosa de bienes que podrían alimentar no sólo a los 6400 millones que habitamos el planeta sino al doble de la población actual y afirmar que el hambre -el mayor flagelo de los pueblos- podría ser erradicado en tiempos más breves de lo que imaginamos. Esta abundancia no nos puso a salvo de la demencia.

Mientras aumenta notablemente la producción de bienes, crece paradojalmente el número y la densidad de la pobreza. Jean Ziegler -Comisionado Especial de la ONU para el derecho a la alimentación- denuncia que en nuestro planeta se mueren 100.000 personas diarias por causa de hambre o de sus secuelas inmediatas. Toda vida está hecha de milagro y los números que mutilan los colectivos humanos nos conmueven: Quien muere de hambre muere asesinado.

La concentración de inmensas fortunas en unas 200 personas que se han adueñado del mundo fascinados por la riqueza -que como un fruto prohibido aumenta sus deseos- e incrementan sus patrimonios de manera perturbadora y los deja dueños de un orden de serena o de rabiosa sumisión y de ciertas emociones criminales parecidas a la felicidad.

No hay misericordia en sus designios. Transforman el homicidio, la tortura y el sufrimiento de los pueblos en apenas un trabajo o una rutina y se desentienden de los miserables y suelen tener actitudes irónicas con los destinos humanos: promueven campañas de vacunación contra el sarampión a favor de los niños mutilados que sobreviven a las masacres que ellos mismos producen. Una realidad que no es de papel, sino que vive con nosotros y determina cada instante de nuestras incontables muertes cotidianas.

Es un orden criminal que envía a la mayor parte de la población mundial a habitar el mundo de la miseria. Poblaciones que se enfrentan con el dolor, como un pulso que golpea las tinieblas, pero se piensan posibles y descubren su belleza. Nada ha conseguido reducir la ventaja tenaz de la vida sobre la muerte. Agamben se pregunta cómo es posible “politizar” la “dulzura natural” del simple hecho de vivir. Quizás la utopía sea esa atracción sensual por una cintura y por la creación, por ese acercamiento angelical que otorga sentido y dignidad a lo efímero. Quizás lo político esté ya contenido en las relaciones amorosas como su núcleo más precioso.

Fuentes de datos:
Ziegler, Jean “Los Nuevos Amos del Mundo”, Ediciones Destino

13/05/05
Por Alberto Morlachetti