Estafas, fugas y robos de guante blanco. Los casos más recientes. De la banda de los Susanos a secuestros virtuales y del boquete al robo digital.La del crimen, como la de cualquier otra disciplina, puede ser una historia movilizada por la fuerza del ingenio. La de los dos hermanos de San Isidro que simulaban ser productores del programa de Susana Giménez para robar en nombre de la diva fue breve: los «Susanos» invocaban fama ajena para prometer a distintos negocios canjear su ropa por fama propia. De locales de primera línea como Kosiuko les agradecían que se llevaran sus jeans y sus remeras. Hasta que la policía los detuvo el 24 de agosto pasado, acusados de estafa.
Fuga sin tiros. La astucia también funcionó para Javier Freccero Merlo (23). Preso por asesinar a dos policías en el 2002, se fugó disfrazado de mujer de la misma cárcel donde se aloja Luis «el Gordo» Valor. Aprovechó las visitas y salió tranquilo por la puerta grande. Franco Fiumara, el juez del Tribunal Oral que lo condenó, fue el primero en recordar en ese instante que el «travesti», ahora en las calles, lo había amenazado de muerte varias veces, incluso desde el interior del Penal.
Pero la sutileza de cruzar paredes sin ser visto también admite la variante subterránea. Desde que una banda de boqueteros dio el gran golpe al Banco Río de Acassuso, en enero del 2006, el boqueterismo se repitió en marzo de este año –con un túnel de 100 metros hacia a un Banco Provincia en Ciudadela, que la policía descubrió antes de que pudiera concretarse el robo– y también en una joyería de Barrio Norte, donde sólo una alarma con sensores de sonido, el último 5 de septiembre, se percató de lo que le esperaba a la joyería «Danfer». (Un recaudo que sí tomó quien robó durante la mismísima noche de año nuevo del 2005 un cuarto de millón de pesos de un cajero automático en Cariló: nadie oyó nada en la víspera).
Pero no hay tecnología como la que sirve fuera de la ley. Sólo para controlar el nuevo amor de los hackers por el «phishing», las empresas de seguridad informática se concentran cada vez más en esta modalidad que consiste en duplicar a través de internet una página con información financiera sensible, como suelen ser las bancarias, para que los clientes desprevenidos cedan engañados y con total buena fe las llaves de todas sus finanzas.
Es la tendencia más sofisticada en crímenes digitales y se expande rápido en Santiago de Chile y Montevideo. A Buenos Aires la tendencia recién llegó en octubre del año pasado, cuando los hackers vernáculos falsearon entre los días 8 y 10 el servicio virtual del Banco de la Nación. A través de un envío de mails masivo –de ahí la semejanza entre «phishing» y «fishing» (pescar)– en el que se solicitaba a las potenciales víctimas «verificar su información haciendo click sobre el siguiente enlace», la modalidad quedaba inaugurada en la Argentina.
Virtuales. Los secuestros virtuales hechos con teléfonos celulares desde las cárceles, sin embargo, sí tuvieron su capítulo más ríspido cuando, en marzo, le provocaron a un hombre de 71 años el susto que derivó en un infarto fatal. Versión flamante del «cuento del tío», los reos se hacen pasar por policías –últimamente también por telefonistas de empresas médicas– para acaparar información de familiares y decir que los tienen cautivos. Los rescates los cobran en números de tarjetas telefónicas, un botín preciado tras las rejas.
Para la pareja que jugó a los Bonnie & Clyde de la era digital sudamericana, en cambio, los más de 30 cajeros automáticos que robaron en Buenos Aires fueron sus mejores amigos. Antes de que la policía los detuviera in fraganti, un profesor de electrónica y electromecánica de 25 años y su novia de 20 colectaban $ 2.000 diarios mediante un sencillo truco que inmovilizaba el dinero que pretendían extraer los clientes a lo largo del día.
Sustraer pertenencias ajenas puede ser una peripecia grosera o un arte delicado. Todo depende del método que se elija.
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