Hay abuso sexual de menores en los ámbitos familiar, escolar y religioso. La pornografía infantil y el turismo sexual extienden el universo de los afectados por una práctica depredadora cuya existencia frecuentemente es negada.

Un obstáculo: jueces que culpabilizan a las víctimas

Martín Niklison
Titular de la fiscalia n° 9 de primera instancia en lo criminal de instrucción, capital federal

Si tomáramos como única realidad a los discursos dominantes en la sociedad, ante casos de abuso sexual de menores veríamos siempre una reacción contra el acusado. Pero a veces eso no sucede. Así como personas e instituciones defensoras de la familia y la infancia no se inmutaron por la apropiación de menores durante la última dictadura militar, frente a los abusos muchos tampoco reaccionan en forma acorde a su discurso. Sobran historias públicas que muestran el ejercicio de esta actitud. Ha habido escándalos en los que hemos visto a defensores de la familia y la niñez negar los hechos y apoyar a los imputados, aludiendo a complots contra la institución educativa o religiosa.

Quienes trabajamos de jueces o fiscales no somos una excepción en esta cuestión, como en ninguna otra. Hay magistrados que tienden a negar la existencia de ese tipo de hechos.
Así, en un caso de abuso de un padre con su hija, el magistrado me dijo que no creía posible que eso sucediera «porque un padre no le hace eso a su hija». En otro caso, un fiscal de juicio no acusó a un psicólogo denunciado por una chica de nueve años de tocarla y hacerse tocar en las sesiones, pese a que la menor mantuvo su relato ante su familia, conmigo y con la psicóloga y ésta, luego de varios tests, opinó que era creíble y que no fabulaba; además, no había motivos para que inventara semejante historia.

¿Cómo se explica esa negación? Tal vez si uno hace un culto de la institución familiar y la idolatra como exenta de impurezas, es posible que le cueste acercar la lente para observarla con más detalles y no pueda advertir los agujeros que presenta; entonces, cuando le muestran semejante agujero, lo más probable es que niegue su existencia.
Y la realidad es que los casos de abuso sexual infantil se dan mayoritariamente dentro de las familias y esto ocurre en todos los sectores sociales. Quizá el horror y el miedo por sus hijos que les genera el enterarse de que un maestro, un cura, un psicólogo o un padre como ellos han abusado de menores los hace negarlo para poder seguir viviendo tranquilos.

El nivel de tolerancia a la realidad varía según las personas y la rigidez en las creencias suele ser un camino seguro a niveles bajos. También el machismo puede distorsionar la percepción de los hechos.Hace muchos años, un viejo oficial primero me contó que al tomarle declaración a una mujer violada le preguntó si había gozado. Semejante bestialidad también se la escuché hace unos años a un juez joven, lo que demuestra que hay cosas que no cambian. Recordemos que antes a esos delitos se los denominaba «contra la honestidad» y se basaban en el concepto de honestidad sexual vigente en otras épocas. Ahora son delitos contra «la integridad sexual», se protege la libertad sexual de la persona y no la preservación de una metafísica honestidad.

Algunos siguen pensando con el criterio anterior y por eso hay casos de jueces que han interrogado acerca de la actitud supuestamente provocativa de una menor abusada.
Algo hemos avanzado. Desde hace cuatro años a los menores la declaración se la toma una psicóloga del Cuerpo Médico Forense; esa declaración se graba y se tiende a que sea la única vez que la víctima sea interrogada. Pero también es cierto que si no hay un cambio de mentalidad en algunos magistrados nos encontraremos con casos como los que mencioné, y eso a veces es difícil.

Son muchos los que miran para otro lado

Marcos Mayer
Escritor y periodista.
Su libro Pedofilia y sociedad se publicará próximamente

Con motivo del caso Corsi, los medios recibieron mails de ONGs que se ocupan del tema de la infancia, pidiendo, entre otras recomendaciones, que no se hablara en las notas de «fiestas sexuales», cuando se aludía a la inclusión de chicos en orgías organizadas por adultos. El día en que el juicio contra Julio César Grassi, Mirtha Legrand se comunicó al aire con el cura y reconoció que los niños de «Felices los niños» siempre estaban limpios y presentables, algo que se pareció al menos a un atenuante.

Esta dificultad, tanto para encontrar las palabras como para asumir una culpabilidad que la tele endosa alegremente en otros casos, habla de un delito que, pese a la evidencia de su brutalidad, genera reacciones ambiguas. Y no sólo entre nosotros. Hubo que mediar un viaje del Papa a los EE.UU. -donde el abuso de niños por parte de eclesiásticos parece tener carácter de epidemia- para que la Iglesia diera la instrucción de que se denunciaran los casos ante la Justicia, mientras que por años el castigo no salía del ámbito canónico.

Por otra parte, a nivel mundial el turismo sexual infantil (cuyos destinos más habituales son El Salvador, Tailandia y Brasil) moviliza a unos 200.000 viajeros alemanes al año, una cantidad similar a la de los EE.UU. o el Canadá. Las cifras que maneja la Policía Federal para la ciudad de Buenos Aires ronda los cinco mil chicos entregados al abuso sexual de los visitantes. Para que esto funcione se precisa que sean muchos los que miran para otro lado.
Todo esto en un contexto en el que los pedófilos están empezando a defender públicamente sus prácticas, con la premisa de que se trataría de una variante sexual más, comparable a la homosexualidad o al travestismo.

Ante el argumento de que los niños no están en pie de igualdad con los adultos, un partido político danés propuso en su plataforma bajar la edad de consentimiento sexual a los 12 años. Cabe destacar que el partido funciona de forma legal. Y reivindican su derecho a difundir su patología amparándose en la libertad de expresión. Además, Internet funciona como un coto de caza y una forma de transmitir know how -modos de seducción-, formas de esconder su identidad, recursos jurídicos a los que recurrir en caso de tener problemas con la ley.

Aunque la pedofilia existió siempre, fueron muy pocos a lo largo de la historia los que se animaron a traspasar el límite de la fantasía. Son muchas las obras que intentan sublimar una patología que es vivida como desgarradora: Lolita de Nabokov, las fotos de Lewis Carroll, Río Místico, la película de Clint Eastwood. Hoy funciona en red y, como ocurre en otros territorios, no distingue los límites entre lo deseado y lo real y los pedófilos están dispuestos a todo para derribarlos. En una sociedad que no encuentra otra salida al deseo que su realización, de ser posible inmediata, el abuso de menores es una de las caras -e las más tremendas- de esta falta de sublimación.

El otro aspecto que convierte a la práctica pedófila en algo que no se termina de asumir como terrible es el estatuto actual de la infancia. Por un lado, el trabajo y mendicidad infantiles son algo absolutamente extendido en los países del Tercer Mundo, con lo cual el espacio de los niños ya no queda separado del mundo adulto sino que comparte y sufre sus prácticas. En sectores sociales más acomodados, los niños son no sólo un segmento específico del mercado (las góndolas de los supermercados están más bajas para que los chicos las alcancen) sino que se espera de ellos que influyan sobre las decisiones económicas de sus padres (las grandes compañías publicitarias tienen hoy un departamento de marketing infantil).

Entonces, por carecer de medios o por acceder a ellos, los niños están estrechamente integrados al mundo de los adultos lo que los vuelve objetos de deseo. En esa confusión, en que la infancia se pierde al mismo tiempo que se la convierte en un poder, los pedófilos realizan su trabajo depredador. Saben que cada vez más los chicos están librados a su suerte por una sociedad que no quiere que sean lo que son.

http://www.clarin.com/diario/2008/09/01/opinion/o-01750495.htm