Hicieron énfasis en la «cultura ciudadana»; así, lograron reducir el delito sin tener más policías
Cuando se habla de la reducción del delito en Bogotá, rápidamente hay que remitirse a Antanas Mockus. Nombre extraño para un personaje no menos extravagante que, a fuerza de una serie de políticas de «cultura ciudadana» y de un plan integral de seguridad, logró quebrar la curva ascendente de delitos graves en la capital de Colombia.
Bogotá, que tiene más del doble de habitantes que la ciudad de Buenos Aires (6.780.000 personas, según el último censo), llegó a registrar 3885 homicidios en 1994. Este año, la proyección es de 1008, cifra similar a la de la suma de los casos de homicidios de la Capital y la provincia de Buenos Aires, en 2006, según el último dato oficial.
Hay que aclarar que, para Bogotá, que venía del infierno, es un avance impensable. En 2004, el número de asesinatos fue de 1563. Y, el año pasado, de 1351. Otros delitos, como los robos, bajaron a menos de la mitad: de 9002, en 2007, a 4205, este año.
De hecho, marzo fue un mes para destacar entre los bogotanos. Es que mataron en la capital a 105 personas, la cifra más baja de los últimos años. En el mismo período de 2007 los homicidios habían sido 128.
Bogotá es hoy un paradigma mundial sobre la reducción del delito. Y todo comenzó con un alcalde llamado Mockus, que ejerció durante dos períodos: 1995-1997 y 2001-2003.
«Había mucha desconfianza entre los ciudadanos y hacia la policía. Entonces, pusimos el énfasis en construir ciudadanía. Un ciudadano regula al otro a través del rechazo, el ridículo o la aprobación, y así genera conciencia. Cada uno lleva a bordo un «patancito» [desalmado], y si no lo controla, los demás deben aplacarlo a través del rechazo. Si con eso no alcanza, entonces está la policía», expresó Mockus, en diálogo con LA NACION.
Lo primero que hizo Mockus, en 1995, fue formar un consejo de seguridad con representantes de la policía, la inteligencia, el poder judicial, el gobierno comunal y organizaciones gremiales y empresariales.
«Establecimos un comité para unificar cifras de l os delitos y no sólo contar con las que aportaba la policía, que eran manipuladas; la idea fue aplicar un enfoque etimológico para saber a qué hora, dónde y cómo ocurrían los hechos. Eso nos ayudó a establecer algunas acciones, y las publicábamos para que el ciudadano las conociera», dijo Mockus.
Al principio, algunas de las medidas de este alcalde provocaron risa. En 2001, reemplazó la policía de tránsito («que era totalmente corrupta», explica) por mimos, que ponían en ridículo a quienes cometían una infracción. «La gente en Colombia teme más al ridículo y al rechazo de sus pares que a las multas», argumentó. Los mimos, aunque parezca extraño, surtieron efecto.
Otro ejemplo: para reducir los excesos de alcohol que derivaban en hechos de violencia (el 30% de los asesinatos), en 2005 se estableció la «hora zanahoria», que impuso un horario de cierre de los locales nocturnos (a la 1). Ahora, con la administración del actual alcalde, Samuel Moreno Rojas, la «ho ra zanahoria» se flexibiliza en algunos barrios en función de la baja de los índices de robos y homicidios. Esta política «integral de convivencia», sostiene Mockus, apela a la autorregulación, porque todos quieren que el horario de los locales se extienda.
Los tres alcaldes que sucedieron a Mockus en Bogotá continuaron con ese enfoque. «La situación cambió en el aspecto psicológico: antes, la ciudad no era de nadie y había como un desprecio. Ahora se la nota mucho más amable, aunque siento que esa cultura que logramos se está relajando un poco», opinó Ana Lucía Duque, periodista que vive en Bogotá.
En 2004, los «paseos millonarios» (secuestros exprés) con delincuentes en moto pusieron en guardia a las autoridades. Entonces, establecieron que todos los motociclistas viajaran con una pechera en la que figuraba bien grande la patente del vehículo. Hoy, esos delitos son marginales.
Bogotá mantuvo, contra lo que podría pensarse, casi la misma cantidad de policías que en 1995: unos 10.500 uniformados. La inversión más grande se hizo en tecnología y capacitación universitaria de los agentes.
Franco Varise – LA NACION