Pasaron más de 25 años desde que dejó la prisión. Pero de pronto, a Daniel lo asaltan los recuerdos. Hace un mes, por ejemplo, estaba hablando con su hijo y lo golpeó una imagen. Se vio a sí mismo el día que lo detuvieron. Llevaba a su hijo en brazos y por salir corriendo y huir, lo dejó tirado en el pasto. «Me vino ese recuerdo y me puse a llorar como un chico, y le pedí perdón por haberlo dejado así», confiesa.
Hoy, Daniel Ruffinati es pastor y dirige la fundación cristiana Sacdem, que hace más de diez años trabaja en cárceles y en neuropsiquiátricos. El año pasado, comenzaron a hacer grupos de ayuda con personas que, como él, salieron de prisión y les cuesta encontrar el camino para retomar su vida. Desde entonces, unas 25 personas asisten a los grupos, a los que no pueden acceder quienes no tienen antecedentes. La idea, según se explicó, es que los participantes puedan abrirse y contar sus temores y sus luchas, sin sentirse juzgados por los demás.
«Una de las cosas que hablamos es que hay que asumir las culpas y los errores que uno cometió. Yo les digo que todos los días de mi vida me atormenta el hecho de saber que hay tres hijas que quedaron huérfanas por algo que yo hice. Y eso lo tengo que asumir, más allá de haber cumplido la condena. Reconocer nuestros errores y asumir las culpas es lo que nos va a ayudar para no repetirlos», asegura.
Daniel cuenta que el día que salió de prisión, sus padres lo fueron a buscar. Lo primero que le ofrecieron fue llevarlo a conocer la Autopista 25 de Mayo, que se acababa de construir. «En mitad del viaje, mis padres empezaron a discutir si era oportuno o no llevarme a ese lugar. Me acuerdo que yo miraba por la ventanilla y tenía ganas de tirarme del auto, me sentía muy aturdido por toda la situación. Porque las cosas más cotidianas se te vuelven extrañas cuando salís de la cárcel», contó.
Al volver a la casa de los padres, todos los espacios le parecían más chicos de lo que recordaba. Quizás el haber vivido ocho años de encierro le había hecho idealizar aquel hogar.