Burl Cain cree que sólo a Dios le corresponde decir cuándo se acaba la vida de una persona. Pero, en su cargo de guardián y verdugo jefe de la Penitenciaría Estatal de Louisiana en Angola, Cain es quien ordena aplicar la inyección letal y ha sostenido la mano de condenados antes de morir.
«Es algo que debemos hacer, estemos en contra o a favor de la pena de muerte, y tratamos de hacer que el proceso sea tan humano como sea posible -dijo-. El problema es soportarlo.»
El sentido común sostiene que los seres humanos tenemos un estándar moral que nunca flaquea. Sin embargo, los estudios sobre quienes cumplen tareas difíciles de digerir desde el punto de vista moral, ya sea por obligación o por necesidad económica, demuestran que los códigos morales son más flexibles de lo que se supone. La gente suele adaptar su juicio en lo que los psicólogos llaman distanciamiento moral.
En los últimos años, se ha determinado cuáles son las técnicas psicológicas más frecuentes para lograrlo y, por primera vez, las han probado en individuos que integran el equipo de ejecución de una prisión.
Los resultados insinúan que el juicio moral de una persona puede variar de manera rápida o lenta, inconscientemente. «Nuestra capacidad de comprometernos y «descomprometernos» con nuestros principios morales ayuda a explicar por qué se puede ser brutalmente cruel y compasivo en segundos», explicó el profesor Albert Bandura, experto en psicología de la conducta moral de la Universidad de Stanford.
Según especialistas, los códigos de conducta que surgieron para mantener las primeras sociedades humanas, como la prohibición de matar o de robar, hubieran sido psicológicamente sofocantes si los seres humanos no hubieran tenido recursos para liberarse de ellos en situaciones extremas.
Esta capacidad innata de desconectarse moralmente dificultó a los investigadores la tarea de hallar una relación entre las convicciones declaradas de las personas y su conducta: los religiosos pueden cometer delitos sexuales, las prostitutas pueden llevar vidas ejemplares, los soldados pueden cometer atrocidades.
Ahora, los psicólogos de Stanford demostraron que los equipos de ejecución en las cárceles tienen un nivel muy alto de distanciamiento moral y que cuanto más próximos están a una ejecución, mayor es esa distancia.
Proyecto estudiantil
La investigación surgió de un estudiante secundario. En la década de 1990, Michael Osofsky, entonces un adolescente que estudiaba en Nueva Orleáns, empezó a entrevistar a guardiacárceles en una prisión cercana a Angola. Su padre, un psiquiatra que trabajaba en el lugar, colaboró con él, al igual que el jefe del equipo de ejecución, Burl Cain.
Cuando en 2003 Osofsky se graduó en Stanford había realizado 246 entrevistas en Angola y en tres estados más, que incluían a guardias que administraban las inyecciones letales, consejeros que proporcionaban apoyo durante la ejecución, miembros del equipo que sujetaba a los condenados y guardias ajenos a las ejecuciones.
Según observó, los integrantes del equipo de ejecución «se reúnen, concretan la ejecución y después vuelven a sus tareas regulares» en la prisión. «En realidad, nunca hablan de esa parte de su trabajo, ni siquiera con sus familias o entre sí», agregó. Junto con Cain, Bandura y Philip Zimbardo, otro psicólogo de Stanford, Osofsky atribuyó a una escala de mecanismos de distanciamiento moral las respuestas del equipo de ejecución y de los guardias que no formaban parte de ese grupo.
El cuestionario al que fueron sometidos indagaba hasta qué punto aprobaban o desaprobaban 19 afirmaciones, que incluían: «La Biblia enseña que los asesinatos deben ser vengados: ojo por ojo y diente por diente»; «En la actualidad, la pena de muerte se aplica de maneras que minimizan el sufrimiento», y «Debido a la naturaleza de sus crímenes, los asesinos han perdido el derecho a la vida».
El análisis de las respuestas, cuyos resultados fueron publicados en 2005 en la revista Law and Human Behaviour, reveló que los miembros del equipo de ejecución tenían una mayor tendencia que los guardias ajenos a las ejecuciones a aceptar que los condenados habían perdido cualidades humanas. También, que eran más proclives a citar el peligro «de que escapen y vuelvan a matar» y a considerar el costo social que implica cuidar a criminales violentos. También se pronunciaron más a favor de la sentencia bíblica «ojo por ojo».
«Hay que santificar los medios letales: ésa es la técnica más poderosa» para distanciarse de un código moral compartido, observó Bandura. La organización de los equipos de ejecución divide las tareas más truculentas y estimula, así, lo que se denomina «difusión de responsabilidad». «Ninguno puede decir que es completamente responsable de la muerte», señaló Osofsky.
Para Susan Ravenscroft, experta en ética empresarial de la Universidad de Iowa, es el mismo esquema de los empleados de una estructura corporativa dedicada a vender armas o tabaco y que dice: «Sólo llevo los libros», cuando desaprueban la tarea.
Por Benedict Carey
De The New York Times
Traducción: Mirta Rosenberg
Fuente: La Nación