La delincuencia ha logrado restringir la vida social y aniquilar a su paso elementales hábitos cotidianos: muchos autos ya no se dejan en el garaje, sino en la calle; los semáforos se pasan por alto a la madrugada, hay familias que evitan los deliveries por prevención, se blindan y polarizan los vehículos, el timbre del hogar se toca de manera codificada o lo antecede un aviso por celular, los barrios se vaciaron de chicos y de bicis, los adolescentes salen con celular, las parejas renunciaron a su intimidad y ya no «conversan» en el auto al final de una cita…
No es todo: la sensación de indefensión muestra su contracara más feroz en la proliferación de cercos electrificados en áreas residenciales de la Capital y el conurbano. Ardides innovadores, como la colocación de siluetas o simples muñecos en terrazas, balcones o detrás de ventanales estratégicamente iluminados, brindan un efecto de seudoprotección frente a la acechanza del delito.
El saqueo de la tranquilidad ciudadana también ha organizado a los vecinos -según se desprende de innumerables testimonios recogidos por LA NACION-, que ahora instalan alarmas comunitarias, trazan corredores viales de seguridad, implantan Planes Alerta en los barrios, abren blogs y foros en Internet, cimentan cadenas telefónicas, y hasta crean patrullas vecinales para velar por la integridad de sus conciudadanos.
De acuerdo con un sondeo de la Universidad de Belgrano, entre 620 porteños, el 67 por ciento de los consultados reconoció haber modificado horarios y rutinas cotidianas por la inseguridad. Para ellos, los robos violentos y los hurtos constituyen la principal amenaza delictiva. Y por ello, el 49% afirmó haber extremado las precauciones durante sus desplazamientos, frente a otro 25% que aseguró haber erradicado de cuajo las salidas nocturnas. Las opciones para evitar atracos son variadas, según la encuesta: se cambia el auto por remises de empresas conocidas; se alternan las rutas y los trayectos al regresar al hogar; pocos caminan solos, y algunos acuden al cajero sólo en horarios diurnos.
Desde la Cámara Argentina de Empresas de Seguridad Privada (Caesi), confirman que sus servicios vienen ostentando un crecimiento sostenido, del orden del 6% anual, a partir de 2001. A los 140.000 hombres empleados en ese rubro en el país (entre los que se calcula 30% más de trabajadores en negro), se suman mensualmente nuevos interesados ante una realidad que instala como infinitas las demandas y escasos los recursos, según consigna Marcelo Durañona, director ejecutivo de esa cámara.
El momento más crítico
Psicóloga de organizaciones y empresaria exitosa, Alicia hace tiempo que cortó por lo sano. Para ella, el momento crítico del día es al ingresar su auto en el garaje en su residencia de la zona de Las Lomas, en Núñez. Para minimizar esa tensión, contrató un servicio de escolta por $ 90 al mes -Jofiel Seguridad-, que desde otro vehículo con balizas custodia cada uno de sus ingresos o egresos. «Si llamé y la escolta se retrasó, cien metros antes apago las luces o doy vueltas a la manzana hasta verlos llegar. Tengo clarísimo que los ladrones entran por la puerta y es allí donde extremo las precauciones», dice. Revela, además: «Nadie, ni mi madre ni mis amigas, entran en mi ausencia a casa, si antes no advertí de su llegada».
A partir de simulacros familiares, ante posibles atracos, en la casa de Luis, cada miembro tiene asignado un rol específico ante una eventualidad delictiva. La principal directriz es que cada uno se encierre en su cuarto y se tire al piso, mientras uno solo, el padre, confronta la amenaza. Acostumbrados a dormir con las luces prendidas del jardín, y aceptada la prohibición «de no prolongar las salidas en los autos, sino invitar a los acompañantes a pasar al living de la casa», las hijas de Luis aprendieron a no oponer resistencia. Y saben también cuál es el lugar de la casa donde esconde la previsora pila de dólares para ceder sin preámbulos ante la eventualidad de un robo.
Autos blindados
«Estamos llegando a los niveles récord de 2001 y 2002 en blindajes de autos», detalla Claudio Beatriz, titular de la empresa Alive, en Avellaneda. «Antes se blindaban sólo autos de alta gama a un costo de entre US$ 25.000 y US$ 33.000; pero hoy también son los padres los que consultan sobre blindajes para modelos más económicos, como los VW Golf, Focus y New Beetle de los hijos», cuenta. «El auto blindado no es un lujo; es una tranquilidad. Está pensado para escapar, y para brindar la templanza necesaria ante un sorpresivo ataque», explica, al reconocer que los blindajes, por su costo, no se parangonan con la demanda de polarizados, la opción más usual, pero menos efectiva según su criterio.
«El recrudecimiento de la inseguridad contagió una especie de «yo por vos y vos por mí» que hace al instinto de preservación colectiva y cuyo único requisito es la armónica convivencia entre vecinos frente a un Estado percibido como ausente», explica Alicia Angiorno, de la ONG de Castelar Madres y familiares de Víctimas. Allí, en el marco de los Planes Alerta, creados con el municipio a instancias de los residentes, los vecinos de Loma Verde conectaron sus hogares a alarmas comunitarias: ante merodeadores sospechosos, cada vecino, provisto de un bipper , enciende los reflectores de la cuadra. Y frente a un peligro inminente, otro botón del mismo adminículo dispara una estruendosa sirena.
En el Bajo Belgrano y en el barrio River, donde se diseminan los cercos electrificados según comprobó LA NACION, se adoptaron medidas similares. Los reflectores interconectados con fotocélulas en los frentes de las casas iluminan la vía pública. Pero es Marcos, un vigilador privado, el que pulsa el botón de alerta del bipper , cuya señal se activa sólo en la central de la empresa, que enseguida avisa al 911.
A Gabriel Lombardo lo asaltaron 39 veces en su trabajo. Es repartidor de alimentos y su hartazgo lo empujó a fundar la ONG que preside, Vecinos en Alerta de Lomas de Mirador (Valomi), responsable de haber instalado corredores viales por todo el partido de La Matanza. Lombardo no sólo le acomoda el auto a su hija «para que no salga marcha atrás». Le ha dado indicaciones precisas a toda su familia: «Cuando salen, pongan una primera veloz hasta la avenida; y estén siempre atentos, ya que un segundo de distracción les puede costar la vida».
«Los argentinos hemos sido privados del derecho constitucional de transitar libremente por las calles. Quienes nos gobiernan les han cedido esos derechos sólo a los delincuentes», puntualiza.
Pánico perpetuo
«Acá, la gente está alterada, nerviosa y vive en perpetuo estado de pánico, desconfiando de todo y de todos», describe. Por ello, su organización ya elevó un petitorio para reformar el Código Penal, cambiar los códigos de procedimiento para darles más facultades a las fuerzas de seguridad y que sean éstas las que impongan un férreo control de identidad frente a cada ciudadano.
Vecino de la zona norte, en el foro comunal que integra, Alberto desaconseja tener armas en los hogares. Sabe, tal como lo confirma la estadística de la Dirección de Política Criminal del Ministerio de Justicia, que tres de cuatro personas que sacan un arma en legítima defensa mueren bajo las balas de la delincuencia. No obstante, construyó un contrapiso en su mesa de luz para guardar la suya. Y jura que sólo la utilizaría para ahuyentar ladrones si traspasaran su amplio jardín, «ya que si el tipo está adentro, resistirse es suicida».
Al parecer, esa es también la percepción generalizada, confiaron en el Renar, donde en los últimos 14 meses gracias a los planes de desarme se canjearon 97.000 armas por dinero -entre $ 100 y 450 pesos, según el arma-, precisaron en la institución. Allí, las solicitudes de tenencia se redujeron de 83.000 en 2002 a 23.000 en los nueve meses que lleva 2008.
Fuente: La Nación